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miércoles, 31 de agosto de 2011

3- Ellos

"Están aquí"- el miedo trepó sinuoso por su espina dorsal.

Rose miró alrededor desesperada, buscando una salida. El puño frío cerrándose en torno a su garganta.

"Corre"-le susurró su conciencia al oído.

"CORRE"-coreó el terror a voz en grito.

Y Rose corrió.

Corrió con la desesperanza de quien sabe que algo peor que la muerte le pisa los talones. Los Limpiadores habían llegado para recoger los restos que Ella había dejado atrás, para ocultar los misterios de la existencia de los Otros. Y si Rose no salía de allí, ella también sería limpiada, eliminada como una mancha molesta en un mantel perfectamente blanco. Porque al contrario de la Muerte Ellos eran implacables y al igual que Ella carecían de conciencia. Después de todo ambos eran fieles devotos a sus oficios.

La muchacha recorrió rápidamente la estancia y echó a caminar deprisa por un pasillo oscuro. No miró atrás ni siquiera cuando escuchó los pasos que subían inexorables por las escaleras. Sin aliento, se coló en la primera puerta abierta que encontró a la derecha y la cerró con suavidad. Se detuvo un instante con la oreja pegada al marco, en silencio, para acompasar los latidos desbocados de su corazón y su respiración acelerada temiendo que pudieran delatarla. Y aguardó.

Poco después los sintió entrar en el apartamento. Lo supo cuando los fríos dedos de un terror irracional se cerraron opresivos en torno a su nuca. Contuvo la respiración y los oyó murmurar.

Como siempre rápidos, silenciosos y eficientes con su trabajo. Con suerte no se percatarían de su presencia-pensó Rose sin atreverse a mover un solo músculo, ni siquiera para alejarse de la puerta y buscar una salida.

Pero entonces sonido cesó y el silencio llenó la estancia inexorable.

Un solo ruido. Alguien olfateando el aire como un animal. Y de pronto una exclamación que sonó más como una maldición. Un siseó furioso:

-¡No estamos solos! Huele a vida.

La alarma en su cabeza se disparó en todas direcciones. De un salto se alejó de la puerta ya olvidando toda cautela y buscó desesperada una vía de escape. Su corazón casi se detuvo cuando se encontró una decena de ojos de cristal contemplándola impasibles. Le costó una milésima de segundo descubrir que no se trataba más que de una colección de viejas muñecas de porcelana mirándola desde una estantería. Se encontraba en un pequeño dormitorio con olor a viejo y mal amueblado con colores dispares. Pero las muñecas eran exquisitas. No es que tuviera tiempo para admirarlas, lo que captó su atención fue la ventana junto a ellas.

Atravesó la habitación a la carrera y la abrió de par en par. Una ráfaga de aire sofocante y ardiente le dio la bienvenida. De algún modo antinatural en contraste con el sudor frío que había empezado a bañar sus mejillas. Se asomó al exterior y... contuvo una exclamación

A cinco pisos de altura la calle parecía burlarse de ella.

"Es un suicidio"-se dijo, pero el repiqueteo de unos pasos lentos acercándose por el corredor la hicieron estremecerse-" Mejor morir en mis manos que en las de Ellos"

Los pasos se detuvieron frente a su puerta.

"Estás loca, Rose"

El click metálico de la puerta al abrirse hizo que se decidiera. Sin pensar contuvo el aliento y saltó.

Saltó.

Saltó al vacío.

Saltó a la muerte.

"Puede que este sea el día después de todo"-recordaría haber pensado.

Lo único que recordaría de aquella caída mientras el edificio ascendía, el viento caliente azotaba sus mejillas, el suelo se acercaba y ella caía. Descendía a velocidad vertiginosa y la sensación de vacío crecía en su estómago.

Y entonces llegó el pavimento.

Cayó de pies y rodó al instante por el suelo con el desagradable crujido de sus huesos rotos y un estallido de dolor tan insoportable que ni siquiera fue capaz de encontrar el aliento para gritar. Sus ojos se arrasaron en lágrimas, pero comprendió una cosa. Si dolía es que no estaba muerta. Aún.

Al dolor y los huesos pulverizados le siguió una vieja sensación burbujeante que recorrió todo su cuerpo. Comenzando desde los pies hasta la misma cabeza. Como cada vez que la había experimentado en su corta vida, la regeneración le resultó desagradable, como un ejército de hormigas trepando por sus sentidos. Pero era muy útil. Y más importante aún: le acababa de salvar la vida. Tendría que darle las gracias a Cecil por haberle permitido beber su sangre.

Rodó sobre si misma, se puso en pie y echó a correr haciendo caso omiso al cosquilleo y el desagradable quejido de sus huesos rotos volviendo a soldarse. Solo miró una vez atrás, cuando alcanzó el final del callejón y una avenida más soleada y concurrida le dio la bienvenida.

Alzó la vista y sus ojos se encontraron con unos ojos inhumanos carentes de expresividad. El rostro pálido la miró con solemnidad y Rose tembló.

Dio media vuelta y se fundió entre la gente que paseaba y charlaba alegremente en un atardecer caluroso de verano. Era el mundo de los vivos y la ignorancia y se sintió al fin al salvo.

Con un suspiro de alivio echó a caminar hacia casa.


La Niña de Blanco

Siempre la recordaría caminando descalza por El Jardín de Rosas acompañada tan solo por el fru-fru de su vestido blanco. Aquella niña que jugaba a esconderse entre las espinas. Aquella niña de mirada adulta y sonrisa cruel. Aquella niña que como su jardín nunca envejecía.



Jardín de Rosas

Regresó a pasear por el jardín temiendo que las rosas se hubieran marchitado en su ausencia, que el rocío de las lágrimas de sangre hubiera coagulado sobre heridas aún abiertas. Pero lo encontró todo como lo recordaba, como lo había dejado dos siglos atrás.

"El tiempo se ha detenido"-comprendió-"Pero yo ya no soy el que era"


domingo, 28 de agosto de 2011

2- Los dados

La Sombra se filtró en la semipenunbra de un callejón trasero y se desvaneció. Rose se apresuró tras ella. Se detuvo en seco, durante un instante aterrorizada. ¿La había perdido? ¿Habría presentido que la seguía y desaparecido?

No, aquello era imposible-meditó- Ella no era así. A Ella nunca le importaba lo que ocurriera en el mundo de los vivos. La Muerte tan solo existía para su trabajo. Entonces... ¿Dónde había ido? ¿Se había fundido con la penumbra?

Alzó la vista y contempló en silencio el callejón. Era una de esas callejas oscuras de mala muerte que tanto abundaban en los bajos fondos de la ciudad. La única farola que aún seguía en pie parecía haber dejado de funcionar hace tiempo y nadie se había molestado en arreglarla. La fachada gris de los altos edificios a ambos lados estaba desconchada y las escasas ventanas que no estaban rotas o tapiadas estaban cerradas a cal y canto y miraban ciegas al exterior. Rose sintió un leve escalofrío, pero lo ahuyentó al instante. Debía darse prisa o la perdería y presentía que iba a perderse algo importante.

Cerró los ojos un instante y respiró hondo para relajarse. Después dejó que la guiara su instinto, ese sexto sentido que siempre se filtraba en sus sentidos. Y sin abrir los ojos echó a caminar.

Un paso. Dos pasos. Tres pasos...

Había algo realmente inquietante en andar a tientas, experimentar por primera vez un mundo sin luz ni colores.  Aun si se estaba dejando guiar por sus otros sentidos la incertidumbre la acechaba y la inseguridad rumiaba su consciencia. Estar ciega, aunque solo fuera por un instante, era aterrador.

Por suerte, no tuvo mucho tiempo para rumiar la idea. La sombra inminente de un edificio agazaparse sobre ella trajo de vuelta sus sentidos al plano de los mortales. Abrió los ojos y echó un rápido vistazo alrededor. Estaba en el interior de lo que parecía un viejo edificio de apartamentos parcialmente abandonado. El recibidor estaba polvoriento, la pintura de las paredes había sido arrancada a tiras y cubierta por un arte poco cuestionable hecho con spray y la tarima del suelo parecía haber visto mejores tiempos muchos años atrás.

Cada vello de su cuerpo se erizó. Sí, sentía miedo, miedo de aquel lugar abandonado, de los vivos que merodeaban en el mundo de las sombras; pero no eran los vivos quienes hacían erizar el vello de su cuerpo.  Alzó los ojos hacia las destartaladas escaleras y suspiró. Ella estaba allí.

Comenzó a subir despacio al principio, con cuidado de que el suelo no rechinara bajo sus pies. ¿Pero a quién temía alertar? ¿A los vivos o a los muertos? Estaba segura que a Ella no le importaba que estuviera o dejara de estar allí, aún si Rose era una alteración del equilibrio natural de las cosas. No, a Ella no le importa. Pero a otros sí.

Se llevó la mano al pecho para acallar los fuertes latidos de su corazón y siguió subiendo esta vez más deprisa. Sabía que estaba haciendo algo peligroso, sabía que sus sentidos la gritaban que diera media vuelta y se alejara, sabía que aquel no era lugar para los vivos y sin embargo, no podía dejar de avanzar, como si una fuerza invisible la guiara.

"La curiosidad te acabará matando"-le había dicho alguien una vez. Solo esperaba que aquel no fuera el día.

Se detuvo en el rellano del quinto piso. Una tenue luz se filtraba a través de una puerta abierta.Y Rose hizo aquello que nunca se debe hacer: seguir a la luz.

Dio un paso, luego otro y se detuvo en el rellano de la puerta. Observó.

En medio de un pequeño salón con olor a viejo y cerrado una niña pequeña jugaba a los dados sobre una alfombra raída y descolorida. Era bajita y delgada, con una figura tan frágil y delicada que parecía a punto de romperse si la tocabas. Como una muñeca de cristal. La luz de luna que se filtraba por entre las rendijas de una persiana mal cerrada jugaba con su piel pálida, despertando sombras oscuras bajo sus ojos. Unos ojos inmensos y negros, antinaturales en un rostro enjuto e infantil, pero que de algún modo le daban una belleza salvaje impropia de una niña.

La pequeña lanzó el último dado sobre la alfombra y Rose lo observó rodar en silencio, sobrecogida. Giró y giró sobre si mismo hasta detenerse con un suave bamboleo junto a sus pies. La muchacha contuvo dar un grito sobresaltada.

-Ese es el dado del destino- dijo de pronto la niña con voz melosa e infantil- Ha dejado de girar para mí.

Rose levantó la vista despacio y se encontró con aquellos inmensos ojos oscuros clavados en ella. Un escalofrío recorrió su espina dorsal pero se contuvo de retroceder. Sería de mala educación-pensó. Era prudente temer a lo desconocido, pero dejarse llevar por el miedo se consideraba una fobia que rozaba en el racismo. Aunque Rose no sabía si aquel sería el término correcto a utilizar.

La niña sonrió, una sonrisa infinitamente sabia y cargada de nostalgia.

-¿Puedes verme?-preguntó con inocencia- ¿Has venido a contemplar mi partida? ¿o deseas acompañarme a los parajes de lo desconocido?

-Solo soy una espectadora-balbuceó Rose nerviosa.

La niña asintió despacio.

-Una invitada, pues.-sus ojos se abrieron de par en par como si acabara de recordar algo y su sonrisa se ensanchó, blanca y plácida-Es la primera vez que tengo una invitada en muchos años. Pero tendrás que perdonar mi poca hospitalidad, en estos momentos no estoy en condiciones de ofrecerte nada. De todos modos gracias por venir, no creía que nadie viniera a despedirme. Oh, pero no llores por mí, no soporto las lágrimas, a decir verdad tampoco los adioses. Vosotros siempre consideráis la Hora como un final. Yo que he caminado tanto sobre este planeta que ya he olvidado como contar los años solo lo veo como un nuevo comienzo.

Se puso lentamente en pie, con cansancio infinito y se giró hacia la ventana. Rose siguió instintivamente su movimiento y contuvo una leve exclamación. Allí, recortada contra la luz de la luna, estaba la Sombra, Aquella que no era ni hombre ni mujer, observando sin ojos y en silencio opresivo a la pequeña que caminaba hacia ella.

-¿Deberíamos irnos?- preguntó la pequeña extendiendo su diminuta mano hacia Ella.

La Sombra no respondió, tan solo aceptó aquella pálida manita entre sus guantes de penumbra y poco a poco, la oscuridad de la habitación comenzó a filtrarse, a colarse por cada resquicio y a envolverlas suavemente como un manto. La niña volvió a sonreír mientras la sombras la consumían en silencio.

-Hasta la  vista-dijo- Volveremos a vernos-sus ojos bajaron hacia el dado que había caído junto a los pies de Rose y sus ojos se entrecerraron-O tal vez no.

Despacio, Rose bajó la mirada y contempló en silencio el dado, detenido junto a su zapatilla roja. Una cara blanca, sin puntos, completamente limpia en un dado en blanco.

-¿Qué significa eso?- preguntó la joven confusa alzando la vista, pero solo le respondió el silencio. La niña, La Muerte y el manto de sombras se habían desvanecido. Estaba sola.

Se volvió hacia el sofá. Sobre un pequeño lecho de hojarasca descansaba un cuerpo menudo y delgado de piel arrugada y macilenta. En un rostro enjuto surcado por las marcas de la edad dos inmensos ojos oscuros miraban vidriosos el infinito.

Rose sintió como la congoja se apoderaba de ella y se abrazó  con fuerza para contener un escalofrío.

-Así que es igual para ellos-murmuró- Eso es lo que queda cuando se va el alma.

Se agachó y recogió el dado del suelo. Lo hizo girar sobre su palma y entonces un terror frío e irracional se apoderó de ella. Una sensación gélida y opresiva como un puño de hielo le obstruía la garganta. Se puso en pie de un salto y recorrió toda estancia con la mirada como un animal enjaulado. Conocía bien aquel miedo, demasiado bien.

Ellos iban hacia allí y ella tenía que escapar antes de que se percataran de su presencia. O su nombre sería la próxima entrada en la agenda de la Muerte.


martes, 23 de agosto de 2011

A quien le importa

A quien le importa que pida perdón
si ya no hay nadie para escucharlo,
A quien le importa que entierre el corazón
si ya no hay nadie para reclamarlo

A quien le importa que entregue mi amor
si ya no hay nadie para recibirlo,
A quien le importa que rompa mi voz
si no escucha nadie más que el olvido

A quien le importa que diga que fuiste tú
si tú no estás para confirmarlo.

¿Acaso es un pecado amar?
Aunque no importa ya,
a ti que todo te entregué
y te convertiste en aire

A quién le importa,
a quién le importa,
que ría o llore,
que viva o muera,
que llame
si no habrá respuesta

A quien le importa que sueñe con tus caricias
cuando tus manos son hechas de sueños,
a quien le importa que bese tus labios
si de memorias son hechos tus besos

¿Acaso es un pecado amar?


A quién le importa,
a quién le importa,
que odie o ame,
que sane o hiera,
que llame
si no habrá respuesta.


jueves, 11 de agosto de 2011

1-La Sombra

Era una calurosa tarde de verano, pesada y tranquila, y Rose arrastraba sus viejas zapatilla de tela roja calle abajo con desgana. Embutida en unos shorts vaqueros algo deshilachados y una sencilla camiseta de algodón blanco sin mangas que realzaban su figura esbelta y voluptuosa, ni siquiera la escasez de ropa ni su corta melena castaña conseguían paliar aquella falsa sensación de calor pegajoso y el malestar de un tenebroso presentimiento. Rose pensó que aquel era uno de aquellos días donde el tiempo parecía detenerse aun cuando la vida seguía, una tarde que se fugaba como un espejismo en el desierto.

Y entonces la sombra pasó a su lado.

Antes de verla la presintió, alarmada por cada vello de su cuerpo que se erizaba. Después despacio giró la cabeza. Y la vio. 

Su silueta era humana, pero no podría decirse que fuera hombre o mujer pues su rostro carecía de facciones. Vestía de negro, con una tela tan vaporosa como las tinieblas que juegan con la luz de las farolas en las noches sin luna. Caminaba despacio, con la parsimonia de quien llega siempre puntual a cada cita, con un horario que siempre aguarda su llegada.

Como si hubiera captado su mirada, la Sombra se giró y sus ojos se encontraron y al instante se reconocieron mutuamente. Tan solo fue un momento. Y unas cuencas oscuras cargadas de tinieblas la engulleron. Después la Sombra continuó su camino inexpresiva como si nada hubiera sucedido.

Rose se detuvo en medio de la calle y dudó. Temblorosa a pesar del calor bochornoso. Todos sus instintos le gritaban que corriera en dirección contraria, que se alejara de la Sombra cuanto antes; pero había algo fascinante en ella, el misterio de contemplar lo inexplicable. 

Sus pies tomaron la iniciativa haciendo caso omiso a los reproches de su conciencia, dieron media vuelta y echaron a andar despacio, como perseguidores que deseaban no tener presencia. Su respiración se aceleró mientras acompasaba su paso al de la sombría figura.

Era macabramente excitante seguir a la Muerte.


Preludio

Las cuatro figuras vestidas de sombra se inclinaron sobre la diminuta silueta que yacía silenciosa sobre el suelo.

-¿Es ella?

-Es ella

-¿Es ella la que traerá el final a los nuestros?

-No es más que una niña.

-Una niña humana. Cualquier humano es niño a nuestros ojos...

-...pero ésta es apenas un cachorro.

-Acaba de abrir los ojos al mundo...

-... y el mundo ya ha tomado su futuro.

-¿Qué haremos? 

-Es un peligro para todos nosotros.

-Pero el destino ha querido dejarla a nuestras puertas.

-Entonces el destino es cruel.

-No, tan solo es el destino.

-Ella es nuestro destino. 

-Una humana...

-Y ahora está en nuestras manos.

-El destino está en nuestras manos...

-¿Qué haremos?

-Contemplarlo

-Vivirlo

-Como siempre

-Como todo-corearon las cuatro voces a la vez.

Como todo...


miércoles, 10 de agosto de 2011

Culpa

Aguardó hasta que la noche cayó sobre ellos y los envolvió con su suave manto de oscuro terciopelo. Solo entonces se volvió lentamente hacia la figura inmóvil que reposaba a su lado y con ojos velados de remordimientos la contempló. 

Su piel pálida y desnuda, impoluta como las primeras nieves de invierno, tan solo quebrada por dos diminutas perlas de sangre roja que adornaban su cuello con desgana.

Sus ojos hermosos, carentes de expresión, vacíos, perdidos en algún lugar de un infinito vidrioso que él nunca podría alcanzar.

Se inclinó despacio consciente del silencio antinatural de un pecho en cuyo centro no latía corazón y posó un beso amargo sobre sus labios, fríos y azules como los atardeceres de enero. Suspiró, deseando que su suspiro rompiera el maleficio de sus propios pecados e insuflara vida a aquel cuerpecillo desgastado. ¡Qué ironía! Pensar que la muerte pudiera traer la vida.

Con cuidado, vistiendo el silencio como una mortaja, tomó el último retazo huidizo de ilusión y lo apagó en el cenicero de la realidad. Con un último vistazo al reflejo de su naturaleza se puso en pie y contempló por última vez su obra, aquel cuerpo que había quedado sepultado en vida por sus instintos más primarios. Y una vez más se preguntó porqué todos se desvanecían de su lado y tan solo quedaba él para caminar por aquel mundo cada vez más incierto.

Por fin, dio un paso cansado y se cubrió los hombros con el manto de la culpa, más gélido, oscuro y pesado que la misma noche; y echó a andar cabizbajo, arrastrando los pies por la tierra de los recuerdos y sin dejar huella de su partida.

El caminante solitario continuaba su infinito viaje... hacia un mañana incierto.


domingo, 7 de agosto de 2011

Como un sueño te desvaneciste y ahora recojo los retazos de tristes recuerdos que dejaste atrás.

martes, 2 de agosto de 2011